PROYECTO DE TP


Expediente 5960-D-2018
Sumario: CONVOCAR A UN CONCURSO DE ANTEPROYECTOS PARA LA CONSTRUCCION DEL "MONUMENTO AL PIONERO Y MARTIR DE LA UNION AMERICANA BERNARDO JOSE DE MONTEAGUDO".
Fecha: 24/09/2018
Publicado en: Trámite Parlamentario N° 128
Proyecto
El Senado y Cámara de Diputados...


PROYECTO DE LEY DE MONUMENTO AL PIONERO Y MÁRTIR DE LA UNIÓN AMERICANA BERNARDO JOSÉ DE MONTEAGUDO”
ARTÍCULO 1.- El Poder Ejecutivo Nacional convocará a un Concurso de Anteproyectos para la construcción del “Monumento al Pionero y Mártir de la Unión Americana Bernardo José de Monteagudo”, dentro de los treinta (30) días de sancionada la presente.
ARTICULO 2.- El “Monumento Pionero y Mártir de la Unión americana Bernardo José de Monteagudo””, será emplazado en la Provincia de Tucumán en lugar a definir.
ARTÍCULO 3.- El Poder Ejecutivo Nacional arbitrara los medios para que el mencionado Monumento sea emplazado el 20 de Agosto de 2019 como fecha límite creando y afectando las partidas presupuestarias que sean necesarias.
ARTÍCULO 4.- El Poder Ejecutivo Nacional creará una Comisión Ad Honorem que tendrá como objetivo la evaluación de los proyectos, el seguimiento y concreción de lo establecido en la presente Ley, garantizando una activa participación a las organizaciones intermedias y especialmente a los Consejos Profesionales y Escuela de Bellas Artes de la Provincia de Tucumán.
ARTICULO 5.- De forma.

FUNDAMENTOS

Proyecto
Señor presidente:


El presente Proyecto de ley tiene como objetivo la construcción y emplazamiento de un monumento en honor a Bernardo José de Monteagudo. Un patriota que pensó y proyectó la unidad latinoamericana. Carismático y seductor, fue un prócer olvidado por los manuales.
Es una figura ignorada o llevada a un cono de sombra en nuestra historia.
Pacho O'Donnell en su libro Monteagudo. Pionero y mártir de la unión americana, expresa: “… Bernardo José de Monteagudo nació en Tucumán en 1789. Su padre, el capitán de milicias Miguel Monteagudo, y su madre, Catalina Cáceres, tuvieron once hijos, pero Bernardo fue el único que sobrevivió.
Alguna confusión produjo entre los historiadores de Monteagudo el testamento de la segunda esposa de su padre, Manuela María Aznada, donde declara que Bernardo había sido hijo único de su matrimonio con Miguel. Sin embargo los dos testamentos de Miguel, fechados en 1819 y 1825, señalan que Bernardo fue fruto de su primer matrimonio, en tanto que con su segunda esposa “no tuvieron ni procrearon hijos algunos”.
Miguel Monteagudo había nacido en Cuenca, España, y fue uno de los tantos peninsulares que decidió probar suerte en América. Allí, incorporado a la milicia, formó parte de la expedición del virrey Cevallos para reconquistar la Colonia del Sacramento. Sin mayor fortuna, y en busca de ella, se desplazó a Tucumán, donde nació Bernardo. Su periplo continuó en Jujuy, donde desempeñó un modesto cargo de alcalde.
Catalina Cáceres era esposa y madre dedicada, de origen humilde, con alguna pincelada aymara en su piel que, de todas maneras, parecía no justificar la cabellera renegrida y los ojos encendidos como carbón de su hijo Bernardo. Aquellos rasgos de Bernardo suscitaron murmuraciones que sugerían que el único hijo vivo del matrimonio había sido obra de algún cholo con espermatozoides más aguerridos que los de Miguel. El apodo de “mulato” persiguió a Bernardo Monteagudo durante toda su vida. Lo leería o escucharía cada vez que cualquiera pretendiera denigrarlo. Su enconado enemigo Juan Martín de Pueyrredón esgrimiría ese argumento racista para cuestionar la representatividad de Bernardo en la Asamblea del Año XIII, provocando una airada y dolida réplica: “Tiempo ha que sufría en el silencio de mi corazón la infamia con que usted se propuso cubrir mi nombre […] alegando por pretexto anécdotas ridículas en orden a la calidad de mis padres y aun suponiendo haber visto instrumentos públicos en Charcas, relativos al origen de mi madre”. Monteagudo creció en un hogar extremadamente pobre, condición que no impidió que sus padres, convencidos de la importancia de la educación de Bernardo, hicieran lo que estaba a su alcance por iniciarlo en las letras. Por entonces era frecuente que recorrieran la campiña maestros ambulantes que, por algunas monedas, enseñaban a los niños a leer la cartilla y el catecismo, descargando palmetazos ante olvidos o irreverencias. El pequeño Bernardo demostraba un acentuado anhelo por aprender y una inteligencia precozmente despierta. La muerte de su madre, cuando había cumplido apenas trece años, resultó trágica, no solo por la pérdida de un ser que amaba entrañablemente y de quien recibía generosos cuidados, sino también porque la relación con la nueva esposa de su padre fue difícil y tensa. Decidió entonces partir hacia Chuquisaca, donde lo recibiría un pariente lejano, el cura Troncoso, alentado por un padre convencido de los talentos de un jovencito que demostraba a cada paso que era más sagaz y más letrado que el resto de los muchachos de su edad, aun aquellos cuya posición económica en principio los beneficiaba. Chuquisaca, también llamada La Plata o Charcas —hoy Sucre—, era la ciudad soñada por Bernardo. De allí bajaban las chirriantes caravanas que transportaban telas y enseres para las familias ricas de Tucumán, Córdoba y Buenos Aires, y que relataban fascinantes leyendas sobre aquellas ubérrimas regiones en las que se hallaba plata extendida por la superficie de la tierra, como si Dios hubiese tropezado allí derramando el color de la luna. Era una de las ciudades más importantes del Virreinato del Río de la Plata. Su proximidad a la riquísima ciudad de Potosí la ubicó en la ruta principal del comercio colonial. Esa había sido una de las razones por las cuales fue elegida como sede de una de las primeras universidades de la Colonia, la de San Francisco Xavier, fundada en 1624. La Universidad de Córdoba era aún más antigua, pero allí no se dictaban Leyes ni Filosofía, las escuelas preferidas por los jóvenes ambiciosos y progresistas de la época. En sus claustros universitarios estudiaron Moreno, Paso, Castelli, Rodríguez Peña, Anchorena, por nombrar solo algunos entre las decenas de personalidades que han inscrito sus nombres en la historia argentina. Las ideas libertarias que se predicaban en sus aulas y que aquellos muchachos abrazaron con tanto entusiasmo estaban influidas por los escritos de los neoescolásticos hispánicos como Victoria, Mariana, Soto, Molina, Valle, de la Peña, Carranza, Covarrubias, Eliscueta, y fundamentalmente por el pensamiento del jesuita Francisco Suárez, profesor en las universidades de Salamanca y Coimbra. A principios del siglo XVII Suárez sostuvo una famosa y muy influyente polémica con el rey de Escocia e Inglaterra Jacobo I, quien había sostenido en un escrito que los reyes recibían el poder por delegación divina, y que en consecuencia no debían responder por sus actos ante sus súbditos sino exclusivamente ante Dios. El efecto concreto de tal doctrina era la imposibilidad de cuestionar por derecho el poder de los monarcas, aunque se tratara de tiranos o de ineptos. Suárez replicó que Dios no delega el poder directamente a los reyes sino por intermedio del pueblo. Es el pueblo el depositario del poder, y quien lo entrega a los hombres que han de gobernar al Estado por medio de un contrato que establece que si los gobernantes no cumplen su función, esto es, si dejan de ser gerentes del bien común y se transforman en tiranos, el pueblo tiene derecho de deponerlos y reasumir el poder para delegarlo en un nuevo monarca. Estas ideas, subversivas y heréticas en aquellos tiempos, abrieron la senda para la vigorosa germinación de los postulados del republicanismo francés: Montesquieu, Diderot, Rousseau…”
Felipe Pigna define a Bernardo Monteagudo, como “el pionero de la revolución”
“… Bernardo de Monteagudo nació en Tucumán el 20 de agosto de 1789, un mes después de que estallara en París la que pasaría a la historia como la Revolución Francesa. Estudió en Córdoba y luego, como Mariano Moreno y Juan José Castelli, en la Universidad de Chuquisaca (actual Bolivia) donde en junio de 1808 se graduó como abogado. Mientras Napoleón invadía España y tomaba prisionero al rey, Monteagudo escribía el “Diálogo entre Fernando VII y Atahualpa”, una irónica sátira política en la que ambos monarcas se lamentaban de sus reinos perdidos a manos de los invasores.
El 25 de mayo de 1809, fue uno de los promotores de la rebelión de Chuquisaca contra los abusos de la administración virreinal y a favor de un gobierno propio que sería la chispa de la Revolución que estallaría un año después en Buenos Aires. La represión fue terrible y Monteagudo fue a dar con sus huesos a las mazmorras coloniales de las que pudo fugarse en noviembre de 1810 para ponerse disposición del ejército expedicionario, que al mando de Castelli había tomado la estratégica ciudad de Potosí. El delegado de la junta que conocía los antecedentes revolucionarios del joven tucumano no dudó en nombrarlo su secretario.
La dupla empezó a poner nerviosos por igual a realistas y saavedristas que veían en ellos a los “esbirros del sistema robespierriano de la Revolución francesa”.
El Alto Perú tenía una doble connotación para hombres como Monteagudo y Castelli. Era sin duda la amenaza más temible a la subsistencia de la revolución y era la tierra que los había visto hacerse intelectuales. Fue en las aulas y en las bibliotecas de Chuquisaca donde Mariano Moreno, Bernardo de Monteagudo y Juan José habían conocido la obra de Rousseau y fue en las calles y en las minas del Potosí donde habían tomado contacto con los grados más altos y perversos de la explotación humana. Allí también se habían enterado de una epopeya sepultada por la historia oficial del virreinato: la gran rebelión de Tupac Amaru. Fueron los indios los que les hicieron saber que hubo un breve tiempo de dignidad y justicia y que guardaban aquellos recuerdos como un tesoro, como una herencia que debían transmitir de padres a hijos para que nadie olvidara lo que los mandones querían borrar para siempre.
El 14 de diciembre de 1810, Castelli firmó la sentencia que condenaba a muerte a los enemigos de la revolución y principales ejecutores de las masacres de Chuquisaca y La Paz recientemente capturados por las fuerzas patriotas.
Tras la ruptura unilateral de la tregua, el 20 de junio de 1811 el ejército español lanzó un ataque fulminante cerca de Huaqui. El desastre fue total.
Pero aquellos hombres no se daban por vencidos. Quizás en aquellas noches de charlas interminables en los Valles andinos haya nacido el plan político que los morenistas sobrevivientes a la represión expondrían en la Sociedad Patriótica, y es muy probable que Bernardo de Monteagudo haya esbozado las primeras líneas del proyecto constitucional más moderno y justo de la época y que publicaría en la Gaceta de Buenos Aires meses después. Allí decía el tucumano: “La obligación de los tribunos será únicamente proteger la libertad, seguridad y sagrados derechos de los pueblos contra la usurpación el gobierno de alguna corporación o individuo particular. ".
Castelli fue enjuiciado y obligado a bajar a Buenos Aires para ser juzgado por la derrota de Huaqui y por su conducta calificada de “impropia” para con la Iglesia católica y los poderosos del Alto Perú. Ningún testigo confirmó los cargos formulados por los enemigos de la revolución. La nota destacada la dio el testigo Bernardo de Monteagudo quien preguntado: “Si la fidelidad a Fernando VII fue atacada, procurándose inducir el sistema de la libertad, igualdad e independencia. Si el Dr. Castelli supo esto”; contestó con orgullo en homenaje a su compañero: “Se atacó formalmente el dominio ilegitimo de los reyes de España y procuró el Dr. Castelli por todos los medios directos e indirectos, propagar el sistema de igualdad e independencia.”
El 13 de enero de 1812 participó de la fundación de la Sociedad Patriótica y comenzó a dirigir su órgano de difusión, “El Grito del Sud”. La Sociedad Patriótica junto a la recién fundada Logia de Caballeros Racionales (mal llamada Logia Lautaro) con San Martín a la cabeza participará el 8 de octubre de 1812 del derrocamiento del Primer Triunvirato y la instalación del Segundo que convocará al Congreso Constituyente que conocemos como la Asamblea del año 13 en la que Monteagudo participará como diputado por Mendoza. Por aquellos días escribía en La Gaceta: ““Si es posible reducir a un solo principio todas nuestras obligaciones, yo diré que la principal es emplear el tiempo en obras y no en discursos. El corazón del pueblo se encallece al oír repetir máximas, voces y preceptos que jamás pasan de meras teorías y que no tienen apoyo en la conducta misma de los funcionarios públicos.”
Al producirse la caída de Alvear, Monteagudo es desterrado. Residió en Londres, París y Burdeos. Pudo regresar al país en 1817 cuando San Martín lo nombró Auditor de Guerra del ejército de los Andes con el grado de Teniente Coronel. Tendrá el honor de redactar el Acta de la Independencia de Chile que firmará O’Higgins el 1 de enero de 1818.
A comienzos de 1820, participó de los preparativos de la expedición libertadora al Perú colaborando estrechamente con San Martín quien lo nombrará, poco después de entrar en Lima, su Ministro de Guerra y Marina y posteriormente Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores. Muchas de las medidas más radicales tomadas por San Martín fueron impulsadas por Monteagudo.
Tras el retiro de San Martín tras la entrevista de Guayaquil, Bolívar lo incorporó a su círculo íntimo y le confió la tarea de preparar la reunión del Congreso anfictiónico que debía reunirse en Panamá para concretar la ansiada unidad latinoamericana. Pero entre la gente más cercana a Bolívar había importantes enemigos de Monteagudo, como el secretario del Libertador, el republicano José Sánchez Carrió que desconfiaba del tucumano porque lo creía un monárquico. La noche del 28 de enero de 1825 iba con sus mejores ropas a visitar a su amante, Juanita Salguero, cuando fue sorprendido frente al convento de San Juan de Dios de Lima por Ramón Moreira y Candelario Espinosa quien le hundió mortalmente un puñal en el pecho. Según distintas versiones nunca confirmadas el instigador del crimen fue Sánchez Carrió quien poco tiempo después murió envenenado.
Terminaba así una vida intensa, la de uno de los más notables pensadores de la revolución, la vida de un hombre de pensamiento y de acción que había escrito: “Sé que mi intención será siempre un problema para unos, mi conducta un escándalo para otros y mis esfuerzos una prueba de heroísmo en el concepto de algunos, me importa todo muy poco, y no me olvidaré lo que decía Sócrates, los que sirven a la Patria deben contarse felices si antes de elevarles altares no le levantan cadalsos”…”
Pacho O’Donnell lo define a Monteagudo, como pionero y mártir de la unión americana
“…Monteagudo fue una figura extraordinaria de nuestra historia. Un hombre de pensamiento progresista y americanista que, por no responder al criterio liberal conservador que exige la porteñista historia oficial, no le fue reconocida la categoría de prócer. Un personaje polémico que estuvo presente en los puntos más calientes de la revolución independentista americana…”
Señor Presidente el emplazamiento de un Monumento en su Ciudad natal en Honor al Pionero y Mártir de la Unión americana Bernardo José de Monteagudo, sin lugar a dudas será poner en el sitial de honor que le corresponde a un patriota que pensó y proyectó la unidad latinoamericana pero que sin lugar a dudas es una figura ignorada o llevada a un cono de sombra por nuestra historia.
Por todo ello, es que le solicito a mis pares el acompañamiento del presente Proyecto.
Proyecto
Firmantes
Firmante Distrito Bloque
MEDINA, GLADYS TUCUMAN JUSTICIALISTA POR TUCUMAN
Giro a comisiones en Diputados
Comisión
CULTURA (Primera Competencia)
PRESUPUESTO Y HACIENDA